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viernes, 15 de febrero de 2008

LAS BAJAS PASIONES DEL PP Y LA INMIGRACIÓN



Por: Yolanda Villavicencio M.

Como se habla tanto de integración de los inmigrantes, quisiera ofrecer algunas claves para orientarnos sobre lo que estamos hablando.

El PP propone un contrato de integración para los inmigrantes:

Veamos lo de contrato. En realidad la sociedad en la que estamos es una sociedad pactista, de contratos. La Constitución misma se predica como un pacto, como un contrato que en algún momento se produjo entre los ciudadanos para ordenar la convivencia. Ni el que no tiene nacionalidad española, ni el 70% de la población que si tiene ese estatus, que cuando se aprobó la Constitución no tenía derecho al voto ha pactado nada, de modo que nuestra vinculación con ese pacto viene por otros caminos, ya sea por la oportunidad, por la corrección ética de aquel pacto, o porque la situación viene dada y no hay otra realidad por ahora y ello obliga, por eso la inmigración no necesita otro contrato, ya tiene contrato: La Constitución.

Tal vez, y porque hay una especie de evolución permanente de los pactos de ciudadanía a lo largo del tiempo, la realidad de hoy, nos invita a reflexionar en el pacto del 78, o apostar a modificarlo conforme al cambio de la sociedad, pero esa es una aspiración que se construye día a día y que por ahora, y sobre todo cuando una de las fuerzas políticas principales muestra su absoluto atrincheramiento en la visión más nostálgica de la sociedad, queda en el nivel de las esperanzas y de la tarea por la que apostar y trabajar.

El caso es que cuando el PP propone un pacto, no hace nada excéntrico, pues pacto. La idea de pactar la convivencia es intrínseca a nuestro sistema político. Lo excéntrico viene por el contenido. Porque el pacto del Pepé rompe con el pacto de todos y propone reglas de juego que no son equitativas: Usted pacta sumisión y nosotros dominio. Usted traga lo que nosotros decimos y nosotros decimos lo que usted se traga. Es un pacto cínico, egoísta e injusto y como es tan obvio no hace falta mayor comentario.

Sería distinto pactar, por ejemplo, que unas y otras personas, con el consenso social y el esfuerzo institucional, pusiéramos los mejores empeños y esfuerzos, construyendo derechos y obligaciones mutuos, creando riqueza social, para hacer una comunidad más justa, más digna, para crear mecanismos de cohesión social y de solidaridad con los más desfavorecidos, para profundizar mejor en el desarrollo de los derechos humanos, haciendo que cada cual ponga en ello lo mejor de sí y reciba lo mejor de los demás.

Pero vayamos a lo de la integración.

Existe ya un pacto de integración en la sociedad. Se desarrolló en un plan de carácter estatal que se llama PLAN ESTRATEGICO DE CIUDADANIA E INTEGRACION, y que parte de la idea realista de que la integración es un proceso mutuo, bilateral, de acogimiento, corresponsabilidad, y búsqueda conjunta de la cohesión social. No hay integración de los unos a los otros, sino de ida y vuelta. Lo sugiere también la UE en el COM 11.09.2007.

Nuestra sociedad, cualquier sociedad, tiene múltiples fracturas. No somos todos uniformes (y afortunadamente no lo somos). No es lo mismo el modelo de sociedad que tiene, por poner un ejemplo, Monseñor Rouco en lo que lleva bajo la mitra que el que tiene en su magín Pedro Almodóvar, o la expectativa de cualquier personaje de la farándula que la de un investigador y así hasta el infinito. Tal vez algunos, cada vez más, en su vuelta atrás, aspiran a que todos desfilemos a golpe de silbato y que los criterios jerárquicos, clasistas y autoritarios se impongan sobre otros más dúctiles (son muchos los que militan en el partido tácito machista, militarista, autoritario), pero pretender uniformidad es verdaderamente una sandez, ya que más de la mitad de la sociedad piensa de forma distinta porque tiene valores de solidaridad, justicia y verdadera fraternidad y porque ese pensamiento no sirve para gestionar la realidad de hoy.

La integración es un concepto polisémico y escurridizo. Dice poco de la convivencia, y más de los preconceptos, de los miedos y las intenciones de quienes usan tal palabra. Cuando la derecha habla de integración, me echo a temblar, porque suele ocurrir que más bien habla de prejuicios, restricciones y cálculo electoral. El caso es que a nadie se le ocurriría hablar de la integración de los políticos, o de los banqueros, o del “famoseo” (que viven tan fuera de la realidad común) en la sociedad, o de integración de las mujeres o de los catalanes. Ni los unos ni los otros se tienen que integrar a la sociedad, sencillamente son la sociedad también. No sería comprensible aplicar lo de integración aquí porque aquí los prejuicios van por otro sitio. Más bien, en el primer caso, hablaríamos de privilegios y en el segundo de discriminación, de patriarcalismo, de violencia cultural. Es un enfoque correcto, porque señala el problema en términos de derechos y deberes, de democracia y ciudadanía. ¿Por qué entonces integración “de” los inmigrantes? ¿No hablamos de desigualdad, de discriminación, de elitismo, de etnocentrismo, de privilegios injustos, de interculturalidad y un largo etcétera?

Lo triste es el eco que tiene el discurso neoconservador, renacionalizador y unilateral del patrioterismo en algunas capas sociales. Nuestro reto es entonces la pedagogía, la sensibilización, la participación y la movilización para aportar nuestra visión a la construcción de consensos sociales más democráticos.

Yolanda Villavicencio M.
Diputada PSM en la Asamblea de Madrid

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